viernes, 21 de junio de 2013

María Madre de Dios

María Madre de Dios
En sentido verdadero y propio
Es de fe

Como ya dijimos, en Cristo Jesús los privilegios y las perfecciones de la humanidad tienen su razón y su origen en la unión hipostática; también las grandezas de María tienen su fundamento en esta unión, y le han sido concedidas en fuerza de esa unión. Es por ello que ponemos al vértice de la Mariología el privilegio que primero deriva de esa unión, esto es, la Maternidad divina, luego se tratará de los demás privilegios que de ése derivan o que son premisas o consecuencia, privilegios de gracia (p. Ej.: su inmaculada concepción), de honores (p. Ej.: su perpetua virginidad; su culto de hiperdulía); de gloria (p. Ej.: su asunción a los cielos en cuerpo y alma; reina de los Santos y de los Ángeles).

Así que el privilegio primero, central y fundamental es ser verdadera Madre de Dios; y en este hecho de la Maternidad divina se fundamentan todos los privilegios de María.

Es preciso notar y tenerlo bien presente que el nacimiento del Verbo de una mujer y de una mujer virgen no debe ser considerado una necesidad de parte de Dios; no hay motivos de estricta necesidad, porque no se puede hablar de necesidad en las obras de Dios ad extra; fue, pues, un acto libre de la divina sabiduría, por cuantos argumentos de convivencia se pueden encontrar y aducir, y de facto, la tradición de la Iglesia y la Escolástica los encontraron y los expusieron. Sin embargo, podía Dios, es cierto, tomar carne, en la que fuera mediador entre Dios y los hombres, de otra parte y no de la estirpe de aquel Adán que con su pecado encadenó al género humano, como antes creó al mismo Adán sin precedencia de estirpe. Pudo, pues, crear un hombre de esta o aquella manera, y en él vencer al vencedor del primer Adán; pero Dios juzgó más conveniente...

En pocas palabras, Dios habría podido salvar al mundo en tantas maneras, su infinita sabiduría y su omnipotencia podía encontrar muchos medios... de facto decreto que aconteciera así...

"Usted sabe que el pecado es el único límite a la actividad divina; y por ello, el Hijo de Dios no podía encarnarse siguiendo un camino moralmente no bueno o con alguna mediación culpable".


Ninguna obra humana, y por ende de suyo finita, podía merecer la Encarnación; nadie tenía mérito para exigirla o poder para realizarla.

Por tanto, cuando decimos que la Santa Virgen María "mereció llevar" al Salvador del mundo. Por ejemplo, rezamos o cantamos en nuestra Liturgia en lengua latina la Antífona Regina caeli: "Regina caeli, laetare, allelluia/ quia quem meruisti portare, allelluia/ resurrexit sicut dixit, allelluia..." (Alégrate, o Reina del Cielo, porque ha resucitado Aquel a Quien tú has merecido llevar en tu seno...), no es en el sentido que ella haya merecido ex condigno (en estricta justicia) que el mismo Señor de todos se encarnara, sino que en virtud de la gracia que le fue dada obtuvo un tan alto grado de pureza y de santidad que fue juzgada digna (de congruo) de poder ser la Madre de Dios.

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